La muerte de un hijo, seis pasos para transitar el camino del duelo
El fallecimiento no se olvida, sin embargo, se puede integrar en la vida de forma que resulte una experiencia transformadora.
La muerte y el nacimiento forman parte del ciclo natural de los seres vivos y son las dos únicas certezas que tenemos en la vida. Sin embargo, la muerte de un hijo es la peor de las pesadillas para los padres, con la que se aprende a convivir. “El dolor de esta pérdida no desaparece, aunque sí se puede transformar e integrar con el tiempo. Sin olvidar que no hay recetas, pautas, ni tiempos, porque cada caso es único y lleva su propio proceso y ritmo”, explica Tew Bunnag, fundador de la Asociación Vimana, dedicada a realizar cursos sobre el acompañamiento espiritual durante la muerte y el duelo.
¿QUÉ ES EL DUELO?
El duelo es el proceso de adaptación que permite restablecer el equilibrio personal y familiar roto con la muerte del ser querido. Resulta especialmente relevante cuando se pierde a alguien muy importante y, pese a ser algo natural, puede suponer un gran dolor, desestructuración o desorganización.
El duelo se caracteriza por la aparición de pensamientos, emociones y comportamientos causados por la muerte del ser querido. "Cuando alguien importante muere, una parte de nosotros muere con él" y esto, inevitablemente, provoca dolor.
A pesar del sufrimiento que causa el duelo es normal y ayuda a esa persona y mantiene el vínculo afectivo de forma que sea compatible con la realidad presente.
¿CUÁNTO TIEMPO DURA?
No se puede decir que el duelo se mantiene un tiempo determinado porque su duración es muy variable. Aun así, podemos considerar que los dos primeros años suelen ser los más duros, luego se experimenta un descenso progresivo del malestar emocional De todos modos, cada Persona tiene su propio. ritmo y necesita un tiempo distinto para. la adaptación a su nueva situación.
¿QUÉ PUEDE OCURRIR?
Durante el proceso del duelo se pueden producir una serie de pensamientos sentimientos y conductas, fruto de la pérdida y que, en principio, se puede n considerar normales. La mayoría de los científicos opinan que la reacción a la muerte de un ser querido es algo muy humano por extraña que sea la forma de presentarse.
Algunas de estas manifestaciones son:
SENTIMIENTOS
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SENSACIONES
FÍSICAS
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■ Tristeza
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■ Opresión en el pecho
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■ Enfado
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■ Opresión en la garganta
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■ Culpa y auto-reproche
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■ Hipersensibilidad
al ruido
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■ Bloqueo
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■ Falta de aire
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■ Ansiedad
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■ Debilidad muscular
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■ Soledad
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■ Falta de energia
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■ Fatiga
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■ Sequedad de boca
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■ Impotencia
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■ Vacio el el estómago
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■ Anhelo
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■ Sensación de
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■ Emancipación
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despersonalización.
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■ Alivio
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■ Insensibilidad
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■ Confusión
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CONDUCTAS
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PENSAMIENTOS
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■ Soñar con el fallecido
■ Evitar recordatorios del fallecido
■ Suspirar
■ Llorar
■ Atesorar objetos que pertenecían
a la persona fallecida
■ Buscar y llamar
en voz alta
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■ Incredulidad
■ Confusión
■ Preocupación
■ Alucinaciones breves y fugaces
■ Sentido de presencia
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En los primeros momentos, la persona se enfrenta al choque inicial producido por la pérdida. Pueden aparecer manifestaciones tanto físicas como psíquicas tales como: vértigos, náuseas, temblor o alguna irregularidad en el ritmo cardiaco, sensación de irrealidad, confusión, rechazo, vacío, tristeza, ansiedad, incredulidad (“no es posible”, “no es verdad”), e incluso la negación de la situación (manifestada a través de un comportamiento tranquilo e insensible o, por el contrario, exaltado).
Otra reacción frecuente es la de hacer reproches a quien acaba de morir (” ¿cómo puedes hacerme esto a mí?”).
Algunas veces se siente un cierto alivio por el fallecido (“gracias a Dios que ya no sufre más”) unido a un alivio personal (“no creo que hubiera podido resistirlo durante mucho más tiempo”).
El decaimiento o abatimiento producido por la pena hace que la persona viva replegada sobre sí misma. Desestima todo aquello que pueda alejarle de su preocupación. Nada le interesa ya, para él/ella el mundo está vacío y carece de atractivo. Por este motivo, hasta las acciones más simples pueden significar un esfuerzo desproporcionado. Toda la atención, toda la energía se concentra en la persona perdida. Cualquier otro asunto o interés parece, por el momento, relegado, dejado de lado.
Se pueden producir alteraciones en el sueño (insomnio, agitación...) que pueden durar algún tiempo. Si usted se encuentra en esta situación es recomendable que no se automedique, sino que consulte con su médico para que éste le prescriba el medicamento más ajustado a sus necesidades.
En estos momentos puede soñar con la persona desaparecida. Esto puede ocasionar sentimientos de diversa índole, como satisfacción, preocupación, alegría, tristeza, desasosiego...
No es extraño tener la sensación de ver a la persona fallecida, notar su presencia u oír su voz. Estas percepciones pueden ser consecuencia de un sentimiento de anhelo, o de la necesidad de recuperar a la persona perdida.
Un fenómeno muy frecuente es el miedo a contraer la misma enfermedad que acabó con la vida del enfermo. No se extrañe si en algún momento usted siente algunos de los síntomas que tenía su ser querido antes de morir. Esta es una reacción frecuente que expresa los lazos afectivos existentes entre enfermo y familiares. Si la situación persiste, no dude en visitar a su médico quien, si lo cree necesario, le hará unos análisis... para que todos puedan recuperar la tranquilidad.
Pueden surgir dudas relativas a la posibilidad de haber mostrado hostilidad, falta de amabilidad o negligencia que hayan contribuido a la muerte de la persona. A ello se suman remordimientos por todo aquello que no se hizo cuando el ser amado aún se hallaba con vida. Todo esto puede generar sentimientos de culpa casi siempre infundados.
En el período del duelo, algunos familiares pueden tener dudas sobre los tratamientos o sobre las decisiones que se tomaron durante la enfermedad de su ser querido, lo que puede generar sentimientos de culpa, rabia, impotencia... Si éste es su caso, no dude en ponerse en contacto con el médico, este le aclarará todas las dudas que usted le quiera formular.
Las personas que pierden a un ser querido, en este caso a un hijo, viven un duelo o proceso de adaptación que ayuda a restablecer el equilibrio personal y familiar roto por el fallecimiento y que se caracteriza por tres fases: tristeza, pérdida e integración. En caso de que el niño o adolescente esté enfermo y haya previsión de muerte, el duelo de los padres comienza desde el momento en que se conoce esta circunstancia. Cuando el niño muere de manera repentina e inesperada, se produce un shock que sume en el caos y la depresión a los familiares. En ambos casos, “el acompañamiento espiritual, de carácter laico o aconfesional, por parte de una persona con formación y experiencia sobre las emociones, conflictos familiares y proceso del duelo que se generan en torno a la muerte de un hijo resulta de ayuda en esos momentos tan difíciles”, explica Tew Bunnag.
La figura del acompañante espiritual de la persona moribunda y de los familiares que están en duelo por la pérdida está instaurada en hospitales de otros países europeos, como Inglaterra, pero en España no se contempla como tal. “Es necesaria una formación específica para ayudar a recorrer el camino de la muerte y del duelo desde la escucha y el respeto, que no incluye consejos ni frases hechas, como no pudiste hacer nada, el tiempo lo curará”, comenta Vicente Arraez, médico especialista en cuidados intensivos durante 38 años y cofundador de la Fundación Metta.
Cada duelo por la muerte de un hijo es diferente y personal
Cada padre y madre vivirá el duelo por la muerte de su hijo de una manera única y diferente, pero existen algunas orientaciones, como las recogidas en la Guía para familiares en duelo, recomendada por la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL), con orientaciones que comentan y completan Vicente Arraez y Tew Bunnag, entre ellas:
Aceptar que el duelo aparecerá y lleva su proceso y tiempo distinto para cada persona. Esta experiencia cumple la función de ayudar a la adaptación ante la pérdida del hijo y a mantener el vínculo afectivo con la persona fallecida para que resulte compatible con la realidad cotidiana de los padres. El duelo también deja espacio para momentos de recuperar la alegría, la sonrisa o el disfrute ante las nuevas experiencias de la vida y hay que permitírselos sin culpabilidad.
1. Solicitar ayuda para transitar por el duelo si se necesita. En la muerte, como en la vida, se hace camino al andar y si en ese recorrido de la experiencia de la muerte de un hijo, los padres sienten que necesitan apoyo profesional, ¿por qué no solicitarlo?
2. La comunicación entre los padres para poder expresar lo que sienten ante la muerte de su hijo. Darse permiso, sin culpabilizarse, para vivir los sentimientos y emociones que aparecen de manera habitual en estos casos como: la tristeza, el pánico, la impotencia, el enfado, la rabia o incluso la sensación de alivio por la muerte de su hijo al interpretar que de esa manera no sufre más tras una larga enfermedad.
3. Evitar las mentiras con el niño o adolescente que va a morir. Si el niño solicita información sobre su situación, qué le va a ocurrir o hace preguntas como ¿voy a morir?, se puede adaptar el mensaje para que sea acorde a su edad o preguntarle, ¿qué te preocupa? para motivarle a explorar y expresar sus propias emociones al respecto. Todo se puede abordar desde la honestidad, el amor y la compasión. No obstante, hay que tener en cuenta que los niños viven su propia muerte de una manera más sencilla y natural que los adultos, porque tienen menos prejuicios y experiencia sobre el tema.
4. La vulnerabilidad o el coraje son dos opciones para despedir al hijo que va a morir. Cuando los padres están en la traumática y complicada situación de despedirse de su hijo que va a fallecer, la autenticidad puede ser la forma más respetuosa de decir adiós. Aceptar todo lo que salga del corazón, como las lágrimas y la tristeza, puede ser una opción, pero también el hecho de hacer un último esfuerzo de coraje al mostrar solidez para acompañar al hijo en sus últimos pasos de vida.
5. Ritualizar la despedida del fallecimiento del hijo con un acto íntimo familiar que ayude a integrar la pérdida y que sea diferente al entierro o la cremación. Puede tratarse de la lectura de poesía, cartas o la escucha de determinadas canciones significativas. Un acto que conecte a la familia con el hijo que murió y que se puede repetir tantas veces como sea necesario.
6. Recoger y recordar el legado del hijo fallecido con una acción en su honor que se mantenga en el tiempo. Preguntarse ¿qué hubiese hecho mi hijo en esta vida de no haber fallecido? El abanico de posibilidades puede ser muy amplio, desde ser voluntario para ayudar en determinadas causas sociales a colaborar con una asociación sin ánimo de lucro. Continuar ese legado, conectado con el alma del hijo fallecido por parte de los padres, puede ayudar a integrar el duelo por la pérdida.
Situaciones que pueden acontecer alrededor de la muerte de un hijo
Los padres pueden experimentar diferentes sensaciones y vivencias cuando su hijo fallece. Algunas de ellas pueden ser los conflictos familiares fruto de los diferentes puntos de vista sobre cómo abordar el duelo (hay quien quiere hablar sobre ello y quien prefiere no mencionarlo). Las sensaciones físicas pasajeras asociadas a la fase del duelo también pueden manifestarse, desde: alteraciones del sueño, fatiga, falta de energía, hipersensibilidad al ruido o sensación de opresión en la garganta y en el pecho. Asimismo, las emociones que pueden aflorar de manera temporal cuando muere un hijo son variadas y personales. Algunas de ellas pueden ser: tristeza, culpa, enfado, rabia, bloqueo, ansiedad o insensibilidad.
La muerte de un hijo como experiencia transformadora y espiritual
La muerte de un ser querido, en este caso un hijo, puede resultar muy dolorosa pero también transformadora, como en alguno de los casos que nos cuentan Vicente Arraez y Tew Bunnag, que han acompañado a niños a la hora de morir, así como a sus familiares.
“La enfermedad y la muerte nos pueden aportar una conexión con nuestra parte espiritual más allá del cuerpo físico, como en el caso de un niño recién nacido con una enfermedad congénita y que iba a morir. Su madre tenía la expectativa de su recuperación, hasta que un día me llamó y me dijo que se había dado cuenta de que su bebé se comunicaba con ella a través de la mirada y se establecía una gran conexión entre los dos. La madre entendió que había llegado la hora de quitar el respirador a su hijo y despedirse. Cuando llegó ese momento, con un silencio absoluto, quienes estábamos acompañándoles, sentimos una energía alrededor de paz inmensa, amor y compasión”.
“Cuando llegan los últimos instantes de la vida de un niño o adolescente se percibe en su rostro que alcanzan una gran serenidad y paz profunda, a pesar del dolor que hayan sufrido por una enfermedad. Suele ocurrir que experimenten episodios como que su abuelo les ha venido a visitar, aunque esté muerto. Y es que, en la muerte, como en el nacimiento, se producen fenómenos inexplicables a través de la razón, que conviene no desechar ni racionalizar, porque entonces perdemos el valioso misterio que nos ofrecen esos momentos tan transformadores”.
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