viernes, 1 de noviembre de 2019

UNA CARTA QUE NO DICE ADIÓS Y SE DESPIDE

   
 

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Una carta que no dice adiós y se despide...
Es noche ya. La lluvia ha dejado las calles húmedas, los árboles se sacuden y las gotas brotan como lágrimas dulces, y traviesas...
Hace frío y llueve en mi corazón... Pienso... Me hago mil preguntas, deseo gritar y que mi grito traspase las colinas, entre por tu ventana y se cuele en tus oídos... No escuchas mis ruegos por más que grito y grito. No te interesa cualquier situación que yo pueda estar pasando.
Nada importa ya.
Ni siquiera despedir. Ni una última mirada que de pronto pueda revivir tu corazón que para mí ya está muerto. Y el mío, mi corazón... Ese romántico e invadido de pequeños detalles que hacen grande mi vida... Ese mi corazón y ésImagenta vida que no te dejan de amar y de esperar... Que seguro aún en la tumba fría y solitaria, seguirá emitiendo sus latidos y haciendo señas, tratando de ocupar un espacio en tu vida y coqueteos a tus manos para que regresen y estén aquí entre la mías.
Afuera la lluvia, adentro mi llanto. El que te dice adiós en esta noche fría, en silencio, con el eco de la poesía que escribo cada día y con la soledad junto a mí, como siempre seguirá y jamás dejará de estar.
Hace frío... tu puesto continúa vacío... Allí te veo... en el silencio de tu ausencia y en la presencia que me ha dejado tu olvido... Y en tus sueños, esos que no cuentas en tu voz, pero que delatas en tus versos, aquellos tan amados...
Y no importa el vacío y el desgarro en mi adentro... Con todo el dolor de nuestro pasado y la soledad de éste futuro... ¡Te sigo amando...! ¡Nada importa...!


CARTA A UN SER QUERIDO QUE HA FALLECIDO

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Estas letras son para ti que has fallecido dejando un hueco en mi corazón. Podría escribir un libro, y después otro, llenando toda una biblioteca con ellos, rodeándome de sus palabras, comas, puntos seguidos y apartes… Me dormiría con todos y con cada uno de sus títulos, despertándome de nuevo entre ellos, recordando con tierna alegría todo cuanto recibí de ti, día tras día.


Has fallecido, y hoy no me queda nada más que mirar hacia adelante, pero observando que ya nada es tan verde ni bello como lo era antes de que te marchases a mejor vida. Han cambiado los colores, el paisaje se ha llenado de tonos marrones, y el hueco dejado por tu ausencia se vuelve más grande con cada día que pasa.

Ya no estás, sólo veo las huellas de tu recuerdo que dejaste en la arena y en los prados. Hoy la lluvia recorre mi cara, confundiéndose con mis lágrimas, que son de amor y penas, porque ya no estás en este mundo. Pero sé que estás en un lindo jardín, y aunque ahora mis ojos se pierdan buscándote entre las estrellas y el espacio, confío que algún día pueda volver a verte al fin.

Busco tu mirada, intento tomar tu mano… pero ya no estás, y duele mucho. El corazón se me cae a pedazos, sintiendo tu ausencia, pero nada puedo hacer, no se puede ir contra lo establecido por Dios.

Sólo quiero que sepas, que tú y yo somos uno solo, que aunque has fallecido, tu corazón vive en el mío, porque no importa donde me encuentre, yo siempre te llevo conmigo.

MIENTRAS MI MENTE TENGA LUCIDEZ, 
YO SIEMPRE ESTARÉ CON USTED.

Tu nombre ha quedado grabado en mis manos y en mi corazón. Será así mientras yo viva, hasta ese día en el que pueda volver a abrazarte y decirte cuanto te quiero.
Me haces falta, te extraño y te añoro; desearía que no te hubiese ido, que nunca hubiese tenido que despedirme de ti hasta la próxima vida... pero confio que estés bien ahí donde estés, sabiendo que mientras yo respire, te recordaré.

10 CONSEJOS PARA ENFRENTAR EL DOLOR DE UNA MUERTE

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Cuando llega la muerte, le acompaña un dolor tan intenso que llegamos a sentir que nuestra propia vida acabar cada vez que nombramos a la persona que falleció. Nos cuesta respirar y el dolor se vuelve tan profundo que hasta los huesos nos duelen… Duele tratar un tema así, duele hablar de la muerte, duele porque es personal, porque nos recuerda a la pérdida sufrida, porque extrañamos y quisiéramos no tener que hacerlo.

Sentimos que la muerte nos lo arrebata todo en la vida, pues cuando alguien muere hay un adiós que es para siempre. Tuviéramos o no una despedida, es un camino sin vuelta atrás, nunca más podremos volver a encontrarnos. No es fácil llevar este dolor, el dolor de la ausencia irremediable y permanente, el dolor que deja un gran vacío… pero sí hay formas de llevar mejor este dolor, formas de que aunque duela, sea algo más soportable.
Cuando llega la muerte, el sufrimiento es inevitable.
Intenta pasar este dolor que te ha tocado vivir lo más suavemente posible. Lo que pasó no tiene revés, cuando llega la muerte es irremediable, por mucho que lo llores y lamentes no podrás deshacerlo. No queda más que aprender a vivir con ello, intentar que el recuerdo no duela sino que con el tiempo te haga feliz por lo compartido y vivido, aunque no fuese todo cuanto te gustaría que hubiese sido.

El peor de los lutos es la que llega por la muerte de un hijo.

Los padres nunca deberían enterrar a sus hijos, y hay dolores como estos que son más difíciles de llevar y superar. Pero la vida sigue, tu vida sigue y no estás sola; hay motivos por los que vivir y seguir luchando para ser feliz, por difícil que sea acabarás encontrándolos.

Es mi humilde esperanza, que al menos algunas de estas letras puedan ayudarte. Mira la vida con amor y a la muerte con respeto, hoy estamos y mañana no sabemos.

10 cosas en las que pensar para ayudarte a superar el dolor que causa la muerte y ausencia de un ser querido:


1. Aunque siempre esté presente el dolor de un fallecimiento, siempre habrá algo o alguien que nos ayude a pasar por ese triste camino de oscuridad. 

2. Aunque así lo sientas, nunca estás sola. Recurre a tus amigos, a la familia, a quien tienes cerca de ti… busca el apoyo y el abrazo que necesitas, lo encontrarás. 

3. No evites hablar de la muerte y lo que sientes, sería peor. Deja que todo pase por tu mente como una película, una y otra vez… verás que con el tiempo no será tan doloroso el recuerdo. 

4. Pensemos que simplemente había llegado su día, que pese al dolor que te causa, tal vez era lo mejor: Muchas veces en nuestro vano intento de retener a nuestra persona amada, sólo le hacemos mal. Tal vez no era lo mejor para ti, pero sí para quien se fue. 

5. Lo cierto es que muchas veces nos ponemos egoístas con este tema. Quizás sabemos que deben irse, pero no nos sentimos preparados para su marcha, e intentamos evitarlo todo lo posible. Y cuando llega su hora, estemos preparados o no, nos duele su ausencia, porque a la hora de la verdad, por mucho que nos preparemos, la verdad es que nunca estaremos totalmente preparados. 

6. Miremos la vida como algo prestado, tarde o temprano llegará la muerte, así que hemos de agradecer por cada día que tenemos la oportunidad de volver a ver la luz del día. Igualmente, alegrémonos y agradezcamos cada día que nuestros seres queridos vivieron este regalo que es la vida. Tal vez no fue tanto como hubiésemos deseado, pero tuvieron la dicha de vivir. 

7. No te preocupes por verte llorando, es normal, es parte del proceso que necesitas pasar. Llorarás, lo harás hoy y mañana… habrá días que no quieras ver ni el sol, pero no temas, es normal, poco a poco lo irás llevando mejor. 

8. Todos tendremos que superar la muerte de alguien, eso es seguro. Nadie que viva se salva de tener que despedirse de alguien, la vida es así, tiene un final. 

9. Si crees en Dios, aférrate a la promesa bíblica de Dios no te hará pasar por ninguna prueba o tribulación que no seas capaz de superar. Por muy insoportable que sea tu dolor, puedes superarlo. 

10. Por mucho que lo odiemos, la muerte es parte de la vida; o como diríamos, el final de toda vida. No es evitable: mientras vivamos, veremos el final de otros, así es la vida. Todo tiene un final, así está escrito, y así será. Asumámoslo, aceptémoslo, aunque quisiéramos que no fuese así, es así.

miércoles, 10 de abril de 2019

CÓMO VIVEN EL DUELO LOS NIÑOS?



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El concepto de muerte es abstracto y complejo, de ahí que la forma de abordarlo y comprenderlo dependa de aspectos tales como la edad, el nivel de desarrollo, la educación, la religión, etc. 

A continuación se presentan las características particulares de los miembros de la familia que pueden ser más vulnerables a la pérdida de un ser querido.

En los niños, las manifestaciones de duelo normales pueden presentarse inmediatamente después de la pérdida o pasado un tiempo de la misma. Las más frecuentes son las siguientes: 

- Conmoción y confusión ante la pérdida de un ser querido. 

- Ira, manifestada en juegos violentos, pesadillas e irritabilidad. 

- Enojo hacia los otros miembros de la familia. 

- Gran temor o miedo a perder al padre o madre que aún sigue vivo. 

- Vuelta a etapas anteriores del desarrollo. Esto hace que actúe de manera más infantil, por ejemplo, exigiendo más comida, más atención, más cariño, hablando como un bebé, etc.

- En algunas ocasiones pueden creer que son los culpables de la muerte de su familiar por cosas que han dicho, hecho o deseado, (como por ejemplo: “no quiero volver a verte”…). 

- Tristeza que puede manifestarse con insomnio, pérdida de apetito, miedo prolongado a estar solo, falta de interés por las cosas que antes le motivaban, disminución acentuada en rendimiento escolar y deseo de irse con la persona fallecida.

ALGUNAS SUGERENCIAS PARA AYUDAR AL NIÑO:

Ser completamente honesto. Acompañar a un niño en duelo significa ante todo NO apartarle de la realidad que está viviendo, los niños son sensibles a la reacción y el llanto de los adultos, se dan cuenta de que algo pasa y les afecta.

¿Cuándo y cómo dar la noticia? Aunque resulte muy doloroso y difícil, es mejor informarles de lo sucedido lo antes posible, buscaremos un momento y un lugar adecuado, le explicaremos lo ocurrido con palabras sencillas y sinceras (”Ha ocurrido algo muy triste. El abuelo ha muerto, ya no estará más con nosotros porque ha dejado de vivir…”).

Explicar cómo ocurrió la muerte. Procuraremos hacerlo con pocas palabras. Por ejemplo, ”Ya sabes que ha estado muy, muy enfermo durante mucho tiempo, la enfermedad que tenía le ha causado la muerte. Las personas sólo se mueren cuando están muy, muy enfermos”. En caso de accidente podemos decirle que quedó muy, muy malherido.

Sea como fuere la muerte, de nada sirve ocultarlo porque tarde o temprano acabarán enterándose por alguien ajeno a la familia. Es mejor explicar cómo fue y responder a sus preguntas.

¿Qué podemos decirles si nos preguntan el por qué?. Es bueno que sepan que todos los seres tienen que morir algún día y que le ocurre a todo el mundo. Los niños en su fantasía pueden creer que algo que pensaron o dijeron causó la muerte. Hay que decirle con calma pero con firmeza que no ha sido culpa suya.

Para los niños menores de cinco años la muerte es algo provisional (creen que la persona que ha fallecido puede volver en cualquier otro momento). También pueden considerar que la persona muerta sigue comiendo, respirando, existiendo y que se despertará algún día.

Para que el niño entienda qué es la muerte, suele ser útil hacer referencia a los muchos momentos de la vida cotidiana donde la muerte está presente (como por ejemplo sucede con los animales, las plantas…).

■ Permitir que participe en los ritos funerarios. Darle la oportunidad al niño de asistir y participar, si así lo desea, en el velatorio, el funeral, el entierro... Tomar parte en estos actos puede ayudarle a comprender qué es la muerte y a iniciar mejor el proceso de duelo. Es aconsejable explicarle con antelación qué verá, qué escuchará y el por qué de estos ritos.

Permitirle ver el cadáver si él quiere, pero siempre acompañado de un familiar o persona cercana. Muchos niños tienen ideas falsas respecto al cuerpo. Insistir en que la muerte no es una especie de sueño y que el cuerpo no volverá ya a despertarse. Antes de que vea el cadáver, explicarle dónde estará, que aspecto tendrá. Lo ideal es que pueda pasar un rato de tranquilidad e intimidad con el cadáver. Si el niño no quiere verlo o participar en algún acto, no obligarle ni hacer que se sienta culpable por no haber participado.

■ Animarle a expresar lo que siente. Los niños viven emociones intensas tras la pérdida de una persona amada. Si la familia acepta estos sentimientos, los expresarán más fácilmente y ésto les ayudará a vivir de manera más adecuada la separación. Frases como “no llores”, “no estés triste”, “tienes que ser valiente”, “no está bien enfadarse así”, pueden cortar la libre expresión de las emociones e impedir que se desahogue.

En los niños la expresión del sufrimiento por la pérdida no suele ser un estado de tristeza y abatimiento como el de los adultos. Es más frecuente apreciar cambios en el carácter, cambios frecuentes de humor, disminución del rendimiento escolar y alteraciones en la alimentación y el sueño.

■ Mantenerse física y emocionalmente cerca del niño. Permitirle estar cerca, sentarse a su lado, sostenerlo en brazos, abrazarlo, escucharle, llorar con él e incluso dejarle que duerma cerca, aunque es mejor que sea en distinta cama.

Buscar momentos para estar separados, dejarle solo en su habitación, dejarle salir a jugar con un amigo…

Es bueno decirle que aunque estamos muy tristes por lo ocurrido vamos a seguir ocupándonos de él lo mejor posible.

Lo que más ayuda a los niños frente a las pérdidas es recuperar el ritmo cotidiano de sus actividades: el colegio, sus amigos, sus juegos familiares, las personas que quiere. También es bueno garantizarle el máximo de estabilidad posible. No es buen momento para cambiarle de colegio. En cambio es positivo asegurarles que vamos a seguir queriendo a la persona fallecida y que nunca la olvidaremos.

■ Estar atentos a la aparición de algunos signos de alerta como:
- Exceso de llanto durante periodos prolongados.
- Rabietas frecuentes y prolongadas.
- Apatía e insensibilidad.
- Un periodo prolongado en el que el niño pierde interés por los amigos y actividades que solían gustarle.
- Frecuentes pesadillas y problemas de sueño.
- Miedo a quedarse solo.
- Comportamiento infantil durante un tiempo prolongado (por ejemplo, hacerse pis, hablar como un bebé, pedir comida a menudo...)
- Frecuentes dolores de cabeza solos o acompañados de otras dolencias físicas.
- Imitación excesiva de la persona fallecida y expresiones repetidas de la voluntad de reencontrarse con él/ella.
- Importantes cambios en el rendimiento escolar o no querer a ir a la escuela.


La presencia prolongada de alguno o varios de estos signos puede indicar la existencia de una depresión o de un sentimiento de dolor sin resolver. Pida ayuda a un profesional para que valore la situación, facilite la aceptación de la muerte y asesore a la familia en el proceso de duelo.


PROCESO DE DUELO POR LA MUERTE DE UN HIJO



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La muerte de un hijo, seis pasos para transitar el camino del duelo 

El fallecimiento no se olvida, sin embargo, se puede integrar en la vida de forma que resulte una experiencia transformadora. 

La muerte y el nacimiento forman parte del ciclo natural de los seres vivos y son las dos únicas certezas que tenemos en la vida. Sin embargo, la muerte de un hijo es la peor de las pesadillas para los padres, con la que se aprende a convivir. “El dolor de esta pérdida no desaparece, aunque sí se puede transformar e integrar con el tiempo. Sin olvidar que no hay recetas, pautas, ni tiempos, porque cada caso es único y lleva su propio proceso y ritmo”, explica Tew Bunnag, fundador de la Asociación Vimana, dedicada a realizar cursos sobre el acompañamiento espiritual durante la muerte y el duelo. 


¿QUÉ ES EL DUELO?


El duelo es el proceso de adaptación que permite restablecer el equilibrio personal y familiar roto con la muerte del ser querido. Resulta especialmente relevante cuando se pierde a alguien muy importante y, pese a ser algo natural, puede suponer un gran dolor, desestructuración o desorganización. 

El duelo se caracteriza por la aparición de pensamientos, emociones y comportamientos causados por la muerte del ser querido. "Cuando alguien importante muere, una parte de nosotros muere con él" y esto, inevitablemente, provoca dolor. 

A pesar del sufrimiento que causa el duelo es normal y ayuda a esa persona y mantiene el vínculo afectivo de forma que sea compatible con la realidad presente. 

¿CUÁNTO TIEMPO DURA? 

No se puede decir que el duelo se mantiene un tiempo determinado porque su duración es muy variable. Aun así, podemos considerar que los dos primeros años suelen ser los más duros, luego se experimenta un descenso progresivo del malestar emocional De todos modos, cada Persona tiene su propio. ritmo y necesita un tiempo distinto para. la adaptación a su nueva situación. 

¿QUÉ PUEDE OCURRIR? 

Durante el proceso del duelo se pueden producir una serie de pensamientos sentimientos y conductas, fruto de la pérdida y que, en principio, se puede n considerar normales. La mayoría de los científicos opinan que la reacción a la muerte de un ser querido es algo muy humano por extraña que sea la forma de presentarse. 

Algunas de estas manifestaciones son: 

SENTIMIENTOS
SENSACIONES FÍSICAS
Tristeza
Opresión en el pecho
Enfado
Opresión en la garganta
Culpa y auto-reproche
Hipersensibilidad al ruido
Bloqueo
Falta de aire
Ansiedad
Debilidad muscular
Soledad
Falta de energia
Fatiga
Sequedad de boca
Impotencia
Vacio el el estómago
Anhelo
Sensación de
Emancipación
despersonalización.
Alivio

Insensibilidad

Confusión


CONDUCTAS
PENSAMIENTOS
Soñar con el fallecido
Evitar recordatorios del fallecido
Suspirar
Llorar
Atesorar objetos que pertenecían a la persona fallecida
Buscar y llamar en voz  alta
 
Incredulidad
Confusión
Preocupación
Alucinaciones breves y fugaces
Sentido de presencia



En los primeros momentos, la persona se enfrenta al choque inicial producido por la pérdida. Pueden aparecer manifestaciones tanto físicas como psíquicas tales como: vértigos, náuseas, temblor o alguna irregularidad en el ritmo cardiaco, sensación de irrealidad, confusión, rechazo, vacío, tristeza, ansiedad, incredulidad (“no es posible”, “no es verdad”), e incluso la negación de la situación (manifestada a través de un comportamiento tranquilo e insensible o, por el contrario, exaltado). 

Otra reacción frecuente es la de hacer reproches a quien acaba de morir (” ¿cómo puedes hacerme esto a mí?”). 

Algunas veces se siente un cierto alivio por el fallecido (“gracias a Dios que ya no sufre más”) unido a un alivio personal (“no creo que hubiera podido resistirlo durante mucho más tiempo”). 

El decaimiento o abatimiento producido por la pena hace que la persona viva replegada sobre sí misma. Desestima todo aquello que pueda alejarle de su preocupación. Nada le interesa ya, para él/ella el mundo está vacío y carece de atractivo. Por este motivo, hasta las acciones más simples pueden significar un esfuerzo desproporcionado. Toda la atención, toda la energía se concentra en la persona perdida. Cualquier otro asunto o interés parece, por el momento, relegado, dejado de lado. 

Se pueden producir alteraciones en el sueño (insomnio, agitación...) que pueden durar algún tiempo. Si usted se encuentra en esta situación es recomendable que no se automedique, sino que consulte con su médico para que éste le prescriba el medicamento más ajustado a sus necesidades. 

En estos momentos puede soñar con la persona desaparecida. Esto puede ocasionar sentimientos de diversa índole, como satisfacción, preocupación, alegría, tristeza, desasosiego... 

No es extraño tener la sensación de ver a la persona fallecida, notar su presencia u oír su voz. Estas percepciones pueden ser consecuencia de un sentimiento de anhelo, o de la necesidad de recuperar a la persona perdida. 

Un fenómeno muy frecuente es el miedo a contraer la misma enfermedad que acabó con la vida del enfermo. No se extrañe si en algún momento usted siente algunos de los síntomas que tenía su ser querido antes de morir. Esta es una reacción frecuente que expresa los lazos afectivos existentes entre enfermo y familiares. Si la situación persiste, no dude en visitar a su médico quien, si lo cree necesario, le hará unos análisis... para que todos puedan recuperar la tranquilidad. 

Pueden surgir dudas relativas a la posibilidad de haber mostrado hostilidad, falta de amabilidad o negligencia que hayan contribuido a la muerte de la persona. A ello se suman remordimientos por todo aquello que no se hizo cuando el ser amado aún se hallaba con vida. Todo esto puede generar sentimientos de culpa casi siempre infundados. 

En el período del duelo, algunos familiares pueden tener dudas sobre los tratamientos o sobre las decisiones que se tomaron durante la enfermedad de su ser querido, lo que puede generar sentimientos de culpa, rabia, impotencia... Si éste es su caso, no dude en ponerse en contacto con el médico, este le aclarará todas las dudas que usted le quiera formular.


Las personas que pierden a un ser querido, en este caso a un hijo, viven un duelo o proceso de adaptación que ayuda a restablecer el equilibrio personal y familiar roto por el fallecimiento y que se caracteriza por tres fases: tristeza, pérdida e integración. En caso de que el niño o adolescente esté enfermo y haya previsión de muerte, el duelo de los padres comienza desde el momento en que se conoce esta circunstancia. Cuando el niño muere de manera repentina e inesperada, se produce un shock que sume en el caos y la depresión a los familiares. En ambos casos, “el acompañamiento espiritual, de carácter laico o aconfesional, por parte de una persona con formación y experiencia sobre las emociones, conflictos familiares y proceso del duelo que se generan en torno a la muerte de un hijo resulta de ayuda en esos momentos tan difíciles”, explica Tew Bunnag. 

La figura del acompañante espiritual de la persona moribunda y de los familiares que están en duelo por la pérdida está instaurada en hospitales de otros países europeos, como Inglaterra, pero en España no se contempla como tal. “Es necesaria una formación específica para ayudar a recorrer el camino de la muerte y del duelo desde la escucha y el respeto, que no incluye consejos ni frases hechas, como no pudiste hacer nada, el tiempo lo curará”, comenta Vicente Arraez, médico especialista en cuidados intensivos durante 38 años y cofundador de la Fundación Metta. 
Cada duelo por la muerte de un hijo es diferente y personal 

Cada padre y madre vivirá el duelo por la muerte de su hijo de una manera única y diferente, pero existen algunas orientaciones, como las recogidas en la Guía para familiares en duelo, recomendada por la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL), con orientaciones que comentan y completan Vicente Arraez y Tew Bunnag, entre ellas: 

Aceptar que el duelo aparecerá y lleva su proceso y tiempo distinto para cada persona. Esta experiencia cumple la función de ayudar a la adaptación ante la pérdida del hijo y a mantener el vínculo afectivo con la persona fallecida para que resulte compatible con la realidad cotidiana de los padres. El duelo también deja espacio para momentos de recuperar la alegría, la sonrisa o el disfrute ante las nuevas experiencias de la vida y hay que permitírselos sin culpabilidad. 

1. Solicitar ayuda para transitar por el duelo si se necesita. En la muerte, como en la vida, se hace camino al andar y si en ese recorrido de la experiencia de la muerte de un hijo, los padres sienten que necesitan apoyo profesional, ¿por qué no solicitarlo? 

2. La comunicación entre los padres para poder expresar lo que sienten ante la muerte de su hijo. Darse permiso, sin culpabilizarse, para vivir los sentimientos y emociones que aparecen de manera habitual en estos casos como: la tristeza, el pánico, la impotencia, el enfado, la rabia o incluso la sensación de alivio por la muerte de su hijo al interpretar que de esa manera no sufre más tras una larga enfermedad. 

3. Evitar las mentiras con el niño o adolescente que va a morir. Si el niño solicita información sobre su situación, qué le va a ocurrir o hace preguntas como ¿voy a morir?, se puede adaptar el mensaje para que sea acorde a su edad o preguntarle, ¿qué te preocupa? para motivarle a explorar y expresar sus propias emociones al respecto. Todo se puede abordar desde la honestidad, el amor y la compasión. No obstante, hay que tener en cuenta que los niños viven su propia muerte de una manera más sencilla y natural que los adultos, porque tienen menos prejuicios y experiencia sobre el tema. 

4. La vulnerabilidad o el coraje son dos opciones para despedir al hijo que va a morir. Cuando los padres están en la traumática y complicada situación de despedirse de su hijo que va a fallecer, la autenticidad puede ser la forma más respetuosa de decir adiós. Aceptar todo lo que salga del corazón, como las lágrimas y la tristeza, puede ser una opción, pero también el hecho de hacer un último esfuerzo de coraje al mostrar solidez para acompañar al hijo en sus últimos pasos de vida. 

5. Ritualizar la despedida del fallecimiento del hijo con un acto íntimo familiar que ayude a integrar la pérdida y que sea diferente al entierro o la cremación. Puede tratarse de la lectura de poesía, cartas o la escucha de determinadas canciones significativas. Un acto que conecte a la familia con el hijo que murió y que se puede repetir tantas veces como sea necesario. 

6. Recoger y recordar el legado del hijo fallecido con una acción en su honor que se mantenga en el tiempo. Preguntarse ¿qué hubiese hecho mi hijo en esta vida de no haber fallecido? El abanico de posibilidades puede ser muy amplio, desde ser voluntario para ayudar en determinadas causas sociales a colaborar con una asociación sin ánimo de lucro. Continuar ese legado, conectado con el alma del hijo fallecido por parte de los padres, puede ayudar a integrar el duelo por la pérdida. 
Situaciones que pueden acontecer alrededor de la muerte de un hijo 

Los padres pueden experimentar diferentes sensaciones y vivencias cuando su hijo fallece. Algunas de ellas pueden ser los conflictos familiares fruto de los diferentes puntos de vista sobre cómo abordar el duelo (hay quien quiere hablar sobre ello y quien prefiere no mencionarlo). Las sensaciones físicas pasajeras asociadas a la fase del duelo también pueden manifestarse, desde: alteraciones del sueño, fatiga, falta de energía, hipersensibilidad al ruido o sensación de opresión en la garganta y en el pecho. Asimismo, las emociones que pueden aflorar de manera temporal cuando muere un hijo son variadas y personales. Algunas de ellas pueden ser: tristeza, culpa, enfado, rabia, bloqueo, ansiedad o insensibilidad. 
La muerte de un hijo como experiencia transformadora y espiritual 

La muerte de un ser querido, en este caso un hijo, puede resultar muy dolorosa pero también transformadora, como en alguno de los casos que nos cuentan Vicente Arraez y Tew Bunnag, que han acompañado a niños a la hora de morir, así como a sus familiares. 

“La enfermedad y la muerte nos pueden aportar una conexión con nuestra parte espiritual más allá del cuerpo físico, como en el caso de un niño recién nacido con una enfermedad congénita y que iba a morir. Su madre tenía la expectativa de su recuperación, hasta que un día me llamó y me dijo que se había dado cuenta de que su bebé se comunicaba con ella a través de la mirada y se establecía una gran conexión entre los dos. La madre entendió que había llegado la hora de quitar el respirador a su hijo y despedirse. Cuando llegó ese momento, con un silencio absoluto, quienes estábamos acompañándoles, sentimos una energía alrededor de paz inmensa, amor y compasión”. 

“Cuando llegan los últimos instantes de la vida de un niño o adolescente se percibe en su rostro que alcanzan una gran serenidad y paz profunda, a pesar del dolor que hayan sufrido por una enfermedad. Suele ocurrir que experimenten episodios como que su abuelo les ha venido a visitar, aunque esté muerto. Y es que, en la muerte, como en el nacimiento, se producen fenómenos inexplicables a través de la razón, que conviene no desechar ni racionalizar, porque entonces perdemos el valioso misterio que nos ofrecen esos momentos tan transformadores”.


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