El amor al trabajo y al
hombre, el respeto por la vida y al ser humano en su integridad, el sentido del
deber, la responsabilidad, la honestidad, el altruismo, el desinterés y la
dignidad profesional entre otros, son valores que deben llegar a convertirse en
virtudes que caractericen la actuación del médico al asimilarse como valores personalizados,
expresión legitima y auténtica del sujeto que los asume.
Contando entonces con
una sociedad culta, responsable y honesta, con profesionales dispuestos y
preparados para afrontar las más duras decisiones acerca de la vida humana, con
un sistema de salud que garantice la verdadera medicina, la que precave, cabe
cuestionarse nuevamente la ilegalidad de elegir entre una muerte necesaria
desde el punto de vista humano, que evite el dolor y el sufrimiento personal y
familiar y que por demás asegure, quizás, la vida larga y efectiva de otros
semejantes o el corto espacio de vida llena de dolor y sufrimiento que media
entre la enfermedad incurable y la muerte irremediable, sin contar los gastos
que se ocasionan por considerarlos derecho soberano del paciente.
Determinar si un hombre
debe morir o no, por los siglos de los siglos encontrará oponentes y
proponentes y de esta investigación se deriva que el hombre debe mirar a su
alrededor, escuchar y preguntar el porqué de una decisión como esta, buscar la
mejor manera de aliviar al ser humano de sufrimientos y preocupaciones,
ubicarse en su sistema, cultura y religión, entender que el lenguaje de la
ética ha sido adoptado no solo por pacientes, familias, médicos, economistas,
ministros, jueces y administrativos de la salud, independientemente de su
corriente filosófica y su sistema social y entender que lo único verdaderamente
importante es que el hombre, como ser racional, capaz de revolucionar
constantemente la ciencia y la técnica y de transformar la naturaleza en
beneficio de la especie, debe también, morir con dignidad.
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